Mi gran decepción con Marie Kondo

21/03/2019
Mi gran decepción con Marie Kondo

Vi con expectación el programa "A ordenar" (con Marie Kondo) de Netflix, una famosa consultora de organización japonesa que va a tu casa y te enseña a ordenarla. Pronto empecé a percibir un claro halo de misticismo y espiritualidad en este simpático personaje. Lo primero que hace es saludar a la casa de rodillas para sentirla, se despide cordialmente de los objetos que ya no se necesitan y otros factores que me gustaron, seguramente por el claro contraste con mi carácter expeditivo y práctico al hacer las cosas.
Quería pensar que todo esto era más que un simple "programeta" para ver después de comer, creía que Marie Kondo iba a enseñarnos no sólo como hay que ordenar nuestras cosas, si no cómo ordenar nuestra mente y nuestra manera de relacionarnos con los objetos.
Todo parecía ir bien, casas de americanos repletas de objetos que no necesitan y ella diciéndoles que se deshicieran de lo que se ha acumulado durante años y que no van a utilizar nunca más. Objetos de decoración innecesarios, utensilios de cocina que jamás se utilizarán, juguetes de edades ya pasadas de nuestros hijos. En definitiva, lo que nos ocurre a cualquiera (en mayor o menor medida).
El programa empezó a hacerse un poco monótono en el tercer o cuarto capítulo cuando en una de las casas el padre de la familia había estado coleccionando zapatillas de deporte desde los 16 años. Declaró un poco cabizbajo que de joven admiraba a los deportistas, empezó a coleccionar sus zapatillas y a partir de ahí todo había sido una compra compulsiva. Cientos de zapatillas de deporte ni siquiera expuestas, todas en sus cajas originales en una enorme pila, muchas de ellas sin usar ni siquiera una vez. Entonces pensé que Marie Kondo le diría que eso no es lo mejor para su vida, que ahora iba a ser padre, que debía dejar de comprar compulsivamente zapatillas, que no era bueno para su economía, que no era bueno para el planeta que él comprara sin necesidad un montón de zapatillas solo porque eran bonitas o porque ya se había convertido en una costumbre. Pensaba que le diría que en esta sociedad occidental no hacemos más que comprar objetos que no necesitamos para sentirnos mejor, y que no sólo debía deshacerse de todas aquellas zapatillas si no que no debía jamás volver a comprar de manera desmesurada, que debía darle ejemplo que su futuro hijo, que lo importante son las personas y no los objetos, que nos estamos cargando el planeta con esta sociedad de consumo absurda, que recapacitase, que meditase todo aquello que le estaba explicando, que debía ser mejor persona, que aunque él no pensara que eso era una mala costumbre y que no hacía daño a nadie se equivocaba. Pero no, no le dijo nada de eso, solo le sonrió y le dijo que debía deshacerse de algunas de las zapatillas porque tenía demasiadas.

 

Robots

21/06/2017
Robots

El otro día, viendo un programa de TV en el que presentaban varios tipos de robots que existen en el mercado, descubrí lo que puede hacer la empatía. Uno de los robots (humanoide) estaba programado para perseguir y patear una pelota. A su vez, el presentador le puteaba quitándosela en el último momento. Pensé "pobre robot...". Acto seguido me di cuenta de la estupidez. Si una tostadora no tiene sentimientos, ¿por qué debería de tenerlos un robot, sólo por el hecho de tener ojitos? Pues sí, los humanos no hacemos más que intentar otorgar rasgos humanos a seres sintéticos. Ingenieros de todo el mundo compiten por crear la IA (Inteligencia Artificial) más avanzada, crear el androide más real. Quizás, en nuestro afán por dotar de perfección a otros seres creados por nosotros, estamos intentando subsanar nuestras propias imperfecciones, sin percatarnos de que el ser humano y la imperfección van de la mano. No se puede pretender crear un ser con libre albedrío y esperar la perfección.
Una vez más demostramos que la estupidez humana no tiene límites, y que nunca tenemos suficiente. Queremos conquistar Marte cuando no sé muy bien qué se nos ha perdido allí, teniendo la casa sin barrer.

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